martes, 7 de agosto de 2007

Esta cumbia no es para natachas


Lima, martes 07 de agosto del 2007.- Como anoto en el post anterior, la extensión del relato del taxista de hoy y la diversidad de la temática, hacen que coloque una segunda entrega sobre este mismo viaje. Esta segunda parte de la historia incluye detalles de un tema sobre el cual no conozco mucho, así que disculpen si no menciono con precisión algunos nombres o detalles de la movida cumbiambera de la capital.

El afán jueguero hizo subir a una pareja hace poco más de una semana al mismo vehículo en el que yo me transporté el día de hoy. Iniciaron su viaje en Chorrillos con destino al cono norte, hacia el “Complejo de la Panamericana Norte”, a un concierto popular con ocasión de las fiestas patrias.

La carrera fue de S/.15, según recuerda él mismo taxista y en el trayecto la preocupación monetaria del atribulado galán saltó en la conversación. La entrada al concierto era de S/.30 por persona (S/.60 por la feliz parejita) y una vez dentro, con la “paisanada” reunida, su aporte personal sería de un par de cajas de cerveza según calculaba Romeo y según hace memoria nuestro conductor. Pero, precisó el taxista, no se trata de cajas con las convencionales botellas de 620 ml. de espumante cerveza, sino de pequeñas y redondeadas botellas de tamaño personal con capacidad para solo casi un vaso. “Desconozco mayormente”, esta esférica presentación, tipo concierto, pues tampoco se trata de la clásica botella pequeña de 320 ml.

Aquel día festivo, en el multitudinario concierto, cada botella costaría S/.6 y la caja S/.120 (al parecer con 24 botellas del dorado líquido). Tras hacer cálculos, el taxista determinó con precisión que aquel galán chichero gastaría S/.330 (incluidos taxis, entradas y cerveza para la paisanada), cifra que dijo se elevaría a algo más de S/.400 soles con el telo de rigor incluido.

¡Cuatrocientos soles en una salida! Exclamó escandalizado. Yo puedo estirar ciento cincuenta soles hasta el cebiche del siguiente día –precisó. “Esas fiestas chicheras son para gente de otro ‘level’, uno piensa que se va a encontrar con las natachitas, pero no es así”, explicó con conocimiento de causa, pues pasó a relatar su propia experiencia en las lides de la cumbia.
“Si vas a un concierto de Pedro Suárez solo tienes que pagar la entrada, pero acá además debes poner el consumo”, me ilustró.

Con motivo de la fiesta de San Juan, un familiar lo invitó al Tangarana en Los Olivos (local que también “desconozco mayormente”). Estacionados en la entrada relucían brillantes varios autos del año incluyendo voluptuosas 4 x 4. Una vez dentro su familiar empezó a señalarle a algunas damitas a quienes no debía insinuarse ni siquiera con el rabillo del ojo. “¿Ves a esa flaca?” Le decía su ‘causa’. “Ni la mires, es mujer de un narco. ¿Ves a esa otra? Tampoco la mires, si no quieres problemas”. “Ahí va gente de peso –continuó mi narrador–. No solo narcos, sino madereros, comerciantes…”

Todo ese público potentado de los conos, como lo describió el taxista, mueve harto billete, chochera –me decía. Ese billete puede verse estacionado en flamantes camiones de 150 mil o 240 mil dólares pertenecientes a los grupos musicales, según daba fe el conductor, pues los había visto parqueados en cada una de las fiestas chicheras a las que había transportado felices parejitas, incluyendo lugares como el Guadalupano (otra vez, “desconozco mayormente”).
Con aire reflexivo anotó que todo el dinero solo se lo llevan los dueños del grupo. Por ejemplo, Dina Paúcar tiene una jataso en La Molina y carro del año, pero sus músicos viven en la punta del cerro y no tienen ni para el taxi. Carcajada al comentario.

Una vez tuvo como pasajero a un músico del grupo Camagüey, quien le confesó que le pagaban treinta soles por hora de presentación. “¿Y los ensayos?”,Inquirí. “No. Esos no cuentan ‘pe’”. Carcajadas nuevamente. Según reveló el músico, para su fortuna, tienen dos o tres presentaciones diarias, de martes a domingo y solo descansan los lunes. Pueden ustedes sacar su cuenta, considerando que cada concierto no dura más de dos horas, cual puede ser el ingreso de un artista como este, según la versión de nuestro transportista que después de todo sí resultó ser extrovertido y desenfadado.

Desde las preocupaciones jueguero-financieras de un galán de concierto chicha hasta la remuneración de un músico cumbiambero, pasando por los camiones y autos del año de los aclamados cantantes del pueblo, esta carrera me ilustró sobre las cifras que puede mover el acaudalado mundo de la música popular.

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